Alexis Caballero nació el 27 de noviembre de 1981 en Infiernillo San Francisco, una comunidad de la Mixteca oaxaqueña. Esta primera experiencia de vivir en la provincia le legaría un amor por el paisaje y su fauna, que más adelante influirían como tópicos en el intenso devenir de su pintura. Quizá sea esta una razón poderosa para entender los trasfondos de su obra actual, que incluye pintura y escultura.
Otro argumento para establecer la definición de su carácter como artista es que Alexis Caballero tuvo una infancia que le exigió templanza desde los primeros años. Siendo niño su madre emigró a los Estados Unidos. Esa sufrida ausencia fue atenuada, qué fortuna, por las lecturas que lo apasionaron desde entonces marcando así la ruta fundamental para llegar al arte.
En la ciudad de Oaxaca, donde llegó a vivir años después, tuvo la oportunidad de estudiar durante una temporada en la facultad de Arquitectura para después definirse por la psicología, de cuya licenciatura egresó.
Sin embargo, no sería suficiente. Ese gusto inquisitivo por la pintura continuó exigiendo de él un cambio en los planes de su hoja de ruta. Empezó entonces la aventura autodidacta en el mundo de las artes plásticas.
Con 30 años cumplidos decide hacer un giro radical e iniciar el oficio de la pintura a un grado más profesional. Se trataba, además, de iniciar la búsqueda por una identidad propia como artista, lo que implicó documentarse y ejercitarte técnicamente cada día hasta el punto de lograr sólidos fundamentos.
Dicho en sus propias palabras: “Para mí el arte representa una búsqueda, una constante experimentación con el objetivo de dar forma o llegar a un lenguaje del espíritu que pueda transmitir y conmover a otros”. Noble, aunque arduo propósito.
Desde entonces Alexis Caballero empieza a trabajar exclusivamente para el arte; lee y se deja influir por los artistas que admira sin llegar a remedarlos, más bien, utilizando las posibilidades de un desdoblamiento plástico de estilos y géneros. Validez absoluta.
Su obra se caracteriza por una espontaneidad sutil, de colores contundentes, es alegre y dramática, a veces en igualdad de proporciones. Lo mismo sucede en la escultura donde los personajes (sobre todo máscaras) parecieran interactuar maliciosamente con el espectador.