Existe la terrible idea de que la modernidad es lo más benéfico, atractivo, potencial o efectivo de la llamada evolución tecnológica. Lamentablemente, que exista diversidad no implica que esta sea lo suficientemente vasta, rica, amable, agradable y, sobre todo, inteligente. La mayor parte de los recursos tecnológicos se emplean de manera inadecuada. Basta considerar lo que en la actualidad representa la comunicación. Me refiero a lo que muchos llaman desarrollo, una justificación para presentar más de lo mismo. Hace unas semanas tuve la fortuna de entablar un esbozo de charla amable con un sensible creativo del marketing, quien externó una de las frases más inteligentes, contundentes, frívolas pero certeras que he escuchado: “Pienso que las redes sociales son el monitor de borregos, es decir, con por ese medio se miden los borregos. Para eso las crearon”. Ricardo Bolaños Cacho dixit. Cuánta razón, ¿verdad? ¿Para qué usamos, o nos usan a través de las redes disfunsociales? ¿Qué beneficio humano, social, profesional, espiritual, racional, se obtiene? ¿Te beneficias de la tecnología?
La televisión ha cambiado, se ha transformado, ha llevado a otro nivel a las audiencias, con lemas particularmente intencionados, con pretensión, con aspiración, acordes con el estado natural de nuestra forma de vida actual. Recuerdo esas series foráneas, provenientes de cadenas hoy casi desaparecidas: #Alf, #XFiles, #Friends, #ER… En otra de esas charlas banales, absurdas, pretenciosas, ridículas, mofantes, llegué a otra conclusión con una muy inteligente redactora y editora de textos, @Marcia Teresa Romero Becerra (qué nombre tan santificado), quien manifestó su inconformidad por el hecho de que las plataformas nos consumen a nosotros y no nosotras a ellas. Netflix, en un mundo ya de por sí reducido en la interacción humana, en el intercambio de diálogo, de charla, nos reduce aún más. Anteriormente existía el “cine de permanencia voluntaria”; hoy la función es de permanencia involuntaria, inadvertida, con síndrome de pérdida de sentido del tiempo y el espacio.
Pero aún más atrás tiempo contábamos con la radio. Sintonizar, misma hora, misma estación, mismo día, 104.3 FM, nos permitía escuchar: “Radio Titanic, la compañía que nació hundida presenta… La Pitaya Yeyé”. Ese intro sí se mamaba. ¿Dónde están los creativos, los guionistas, los ilustradores de ideas, de emociones, de burla, de sorna, dónde cabrones quedó toda esa magia de imaginación?
Hace días, durante un proceso creativo (por manfleis que suene esta expresión), compartí el espacio con mi carnalito @AlvaroPonce. Su primera condición para chambear fue: “Ponte el disco Destruye hogares”. Creo que se trata del último de estudio de #Fobia. ¿Recuerdan a Leonardo de Lozanne? Cualquier piltrafa de escuincle nalgas miadas aspiracional a un segmento de persona llamado millenial o hipster dirá: “Ah, es el que salía en Miembros al aire”. Pues sí, pero resulta que este señor es un artista, de esos de antes, de esos que leían, de esos que pintaban, de esos que componían, de esos que cantan. Ah, pero además el muy hijo de la c$%&@ es galán, me parece que le cayó la maldición del retrato de Dorian Grey (espero que Google resuelva las dudas de quien no tenga idea sobre mi referencia). Volviendo al tema, qué chingón es tener la capacidad de elección. Quiero escuchar a Leonardo Lozanne diciendo “que el mundo nunca fue cuadrado para mí, no me cuestiones más, yo soy feliz así, y no hay nada qué pedir, contigo tengo todo, tenía que ocurrir de todos modos” (se llama “No eres yo”, googléalo, es Fobia). No me gusta Spotify ni ninguna de esas plataformas segmentadoras de música corriente, común, cotidiana y mala.