Si el desorden, la noche gobiernan,
tengo que sacar en seguida de sí energía
sonora, compuesta por la ira
comprimida en un tambor
más sonoro que
un silbido increíble.
Y con ella destruir, en chillido salvador,
lo que me, sin voz, silenciosamente,
en sí me recibe.
Basta de prisa por hilos extendidos
aquí y allá, hasta los bordes perdidos.
Que explote en seguida este artefacto
de estallidos amargos, si el caos,
la noche, gobiernan.
Por las cuatro paredes, de la materia
en el patio y esa en la lejanía,
me entra a cada hueso
la escarcha, la brisa, la novedad más pequeña.
En mi pieza está cerrada
la ventana; a la derecha, vigila
la puerta cerrada. Pero, como si no estuviera.
de los cambios del patio y de aquellos
en la lejanía es claro que de ninguna
manera me puedo distanciar. Por eso
estoy afuera siempre, atento como una flor,
donde quiera que esté.
Este invierno será frío.
Sin añadir —como una navaja,
como rayo caído del cielo.
Pero, no lo será, créanme,
porque la pasada fue así.
Un verdadero monstruo en la cama,
por los montes.
De siete letras terrestres,
yo, viajero desconocido,
desde el nacimiento fui
eterno.
Y seré, de nuevo el mismo,
en algún lugar, en silencio.
Sin embargo, no estoy contento
con eso. Mientras estoy parado despierto,
aquí, en la montaña.