Sin importar el clima
padezco un necesario deseo de amarte,
de extraviar mi aliento
en el tibio claroscuro de tus senos
y renacer en cada suspiro
en cada temblor de tu ternura.
Te encuentro en disposición perfecta.
Rasguño frenético tu fuego.
Nuestra agitada respiración:
notas de un jazz inusitado.
Desprovistos los cuerpos
de agobios tutelares.
Desdibuja mi geometría,
descoyunta mis nervios
de violín arrinconado.
Que nada turbe
Este juego milenario.
En la calle
los autos ensucian, como siempre,
el aire, y hay tantas luces neón
que nadie se ocupa
del titilar de las estrellas.
En derredor de un minúsculo foco
vuelan las moscas divertidas.
Desde las 6:30 P. M.
yo navego sobre la espuma
de tus más profundos mares.
Me dices que la muerte
es una chingadera inevitable.
Yo te pido que hagamos el amor
siempre inventando posiciones.
Guardemos otro día, otra hora
para la puntual tristeza.
El aroma, matiz de la piel,
el color del cabello: en fin,
los sencillos cuerpos
que tú y yo habitamos
en el acto del amor
se descubren resplandecientes
como nobles metales
que el ácido acrisola
en este fiero siglo que despunta.