Nunca había tenido un acto tan solemne en mi vida. La mano, el anillo, la rodilla, el sí. Nunca había entregado en un monosílabo pronunciado tanta alma, tanto yo. El acto, que involucra milésimas de segundos, parece transcurrir como una película francesa sin subtítulos. Dejas de escuchar, te queda sólo la mirada, la imagen, el momento. Se corta el aliento y un silencio zigzagueante recorre tu ser. El amor invade los ojos y brota en las pupilas una lágrima temblorosa. Nunca había llorado por una felicidad como esta en mi vida; qué tristemente hermoso es pensarlo. Pero qué sensación, qué hermosura y qué entrega hacerlo contigo en medio de este bello jardín cubierto de ensueño.