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Despierto como El libro del amanecer

Veselko Koroman Croacia


En tiempos áridos

Aquí, el arbusto quita al arbustillo cada gota
y la luz del Sol
sobre él, en el invierno.
Y podría decirse además que,
en las semanas gloriosas, cuando cambia
el color y por primera vez caen sus hojas
entero, con sus ramas, feliz,
no acaricia su cabeza.
Que el arbustillo no tiene padre terrestre,
ni el arbusto a su hijo, sino sólo la madre, que,
abajo, en la oscuridad, yace inmóvil y
pide por ellos del cielo,
la luz diaria.


No he sanado

Aunque tomo, ya cincuenta años,
todo lo que me da el mejor o mayor
sabio de blanco, o
el aire en el bosque, el árbol, la flor.
Obviamente, habrá que despegar
mientras haya tiempo, camino al más allá
desconocido y recolectar,
de todos los horizontes, la miel más duradera
que la terrestre,
la miel que todo lo sana, la miel del universo.


Aquí estoy

Un poco más lejos de la casa de la oropéndola,
de papas con brotes azules.
Mirando desde aquí-allá arriba está
la península escandinava y sus cerros
en ella, la luz polar,
hasta la que se va, me parece,
de lado.
Si alguien cruza diecisiete
grados del lado norte del ecuador,
cuarenta y tres grados al este de la
isla canaria Fërro,
estará en el lugar donde yo en la tarde
me afeito, me lavo la cara
en la mañana o tranquilamente
estoy acostado entre las antiguas peñas
en el vestíbulo del Mediterráneo.
Un poco más lejos de la casa de la oropéndola,
de papas con brotes azules.


En mis años

Doce meses es mucho tiempo,
que pasa, sin embargo, más lento que el invierno,
para nada.
Porque pasándolo, por el anhelo encadenado,
sin ti. Por una palabra, sólo una.
Por eso pido a la roca frente a mí que
me enseñe cómo callar mientras golpean
los truenos.


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