Soy ciega.
Decidí serlo
luego de escuchar aquella historia.
Alguien me dijo que él aún vivía
que llevaba nombre y que su apellido
todavía era García.
Que quizá pasaba días y noches sin dormir
porque su cerebro ya no comprendía la diferencia.
Que comía tortillas duras con café de Veracruz sin azúcar.
Que veía las películas que vio hace 20 años
y que lo hacían llorar,
pero que ahora, ya no lloraba
porque su cuerpo está seco como su alma.
Alguien me dijo que seguía leyendo
y en ocasiones todavía tomaba notas.
Que tenía como mascota un gato al que llamó Lolita
por la novela de Nabokov.
Que el gato era macho y él lo hizo hembra.
Que no recuerda su crimen, pero que vive en la prisión de su mente
lo cual es el peor castigo.
Ese alguien me dijo que no sale de su cuarto oscuro,
que nada le da paz. No hay nada sereno.
Me dijeron que sufría de una enfermedad moderna
y que no fuera sola a verlo.
Que no recuerda que es mi padre y que se está muriendo.
Aquella persona me contó esta historia
no sin antes advertirme:
“Si yo te contara esta historia,
tus ojos quedarían tan tristes que se volverían ciegos…”
Soy ciega.
