Noctis, la diosa de las almas, se encontraba admirando a su hermosa hija, Amunet, mientras dormía. Una parte de ella, Mortem, diosa del sacrificio, la odiaba desde el primer día que la vio. Sin embargo, otra parte de ella, Somnium, diosa de las pesadillas, le profesaba un amor mucho más grande que cualquier odio en el mundo, tanto en el de los vivos como en el de los muertos.
Con el paso de los años, Mortem logró poseer casi totalmente el cuerpo de Noctis, dejando atrás el amor de Somnium por su hija, convocando así a los cuatro jinetes del apocalipsis para destrozar el mundo humano sin piedad. Su intención era salir de ese cuerpo y, para lograrlo, debía sacrificar a Amunet para liberarse de la maldición que siglos atrás la condenó a vivir en esa porquería. No podía esperar más: tenía que salir lo antes posible para cumplir sus planes de destruir el mundo.
Y así, en una noche llena de silencio, Mortem se aproximó a Amunet, quien reposaba pensativa, melancólica; durante una de sus batallas contra los humanos conoció a un hombre diferente, con un aura poderosa. Mortem quiso aprovechar ese momento y extrajo la daga con la que tiempos atrás realizaba los sacrificios; levantó su brazo pero, a punto de clavarlo, algo se lo impidió: Somnium logró detenerla a tiempo. Amunet se dio cuenta y se asombró al descubrir a su madre a punto de asesinarla.
—¡Madre! —gritó Amunet aterrorizada, no tenía idea de que ocurría.
Somnium bajó el brazo con gran dificultad, pero la fuerza de Mortem era mucho mayor. Soltó la daga y retrocedió unos pasos; Amunet observaba, aún sin entender, la intensa lucha interior que sin duda tenía lugar en el interior de su madre, quien cayó de rodillas con la cabeza entre las manos; dentro de su cuerpo se entablaba una batalla a muerte en la que Somnium ganó ventaja aturdiendo a Mortem con su peor pesadilla.
Lentamente se arrastró hasta Amunet y la tomó de la mano.
—Tienes que huir —lágrimas salían de sus ojos, mostrando su gran dolor al dejarla partir.
—¿Por qué? —Amunet no comprendía el dolor de su madre, pero podía sentirlo, y comenzó a llorar junto con ella.
—Tienes que irte ahora —Noctis la abrazó por última vez, ya que no la volvería a ver. Acarició su rostro empapado en lágrimas y tocó sus pequeños cuernos—. Lo siento, hija —entre sollozos, borró su memoria, sin dejar rastro alguno de lo que alguna vez fue y lo que alguna vez tuvo. Amunet perdió el conocimiento, y aprovechando el momento, deformó su cuerpo y arrancó esos lindos cuernos que tanto amaba, dejándola como una simple mortal.
—Te amo —musitó, y a través de un portal la lanzó al mundo humano.