Si alguien le hubiera dicho en lo que se convertiría al crecer, se habría tomado el frasco completo de pastillas a los nueve años. Pero nadie le dijo…
Si alguien alguna vez la hubieran cuidado de los hombres malos, quizá ella habría encontrado al amor de su vida. Pero nadie la cuidó…
Si alguien la hubiera esperado con amor desde el día de su concepción, ahora no estaría sola. Por eso, incluso después de tantos años, nadie la espera…
Si su padre la hubiera cargado en sus brazos con el amor con el que siempre soñó, ella no estaría en contra del mundo, en contra de todos, en contra de su familia.
Si alguien le hubiera enseñado a amar, ella no habría aprendido a guardar tanto odio en su corazón.
Si alguien la hubiera conducido por el camino correcto, por el camino de Dios, su vida sería diferente. Tendría hijos, un esposo de su edad, una bella casa… sería médico.
Si alguien le hubiera enseñado el lado bueno del mundo no habría buscado el lado oscuro desde donde hacer daño.
Si alguien hubiera…
Si alguien…
Si…
Pero el hubiera no existe.
Abordar la línea 2 del Tren Ligero no tiene nada de especial. No hay nada en ello cuando caminas por el suelo gris mirando los zapatos de cientos de personas. Escuchar: “Next station, San Jacinto” produce sólo un efecto en ti, en nadie más. Recordar su mirada, su semblante pálido, su vestimenta color negro —siempre negro—, sus manos impregnadas de oasis, de olor a flores… Recordarlo hace más difícil la inmediatez, el ir y venir aprisa —siempre aprisa— de todos los pasajeros, todas las personas, incluso los niños. Piensas todo esto tocando tu frente. Cierras por segundos tus ojos queriendo esconder una lágrima que estará siempre presente al recorrer esa estación. Aprietas los ojos, los abres, sostienes la mirada y escuchas: “Next station, La Aurora”.