Acá en el sur si no es la lluvia o la tormenta, es el polvo del desierto. O el polvo de lo incierto. Siempre polvo, mas polvo enamorado.
Acá la noche es una hoguera encendida desde la memoria para esperar el día. Los guerreros danzan en el páramo. Otean el mar. Se preparan para el próximo desembarco. Por eso construimos estas naves de palabras pacientemente. Estos puentes con imágenes de lo precario. Porque la miseria tiene un lado de sosiego en los discursos, en la luz, en el incendio.
Y laboramos sin descanso. Ocupamos el lienzo de la noche, la textura de las centellas. El movimiento de montes y planetas. Navegamos por dentro hacia dentro. Nos desdoblamos y desaparecemos con el báculo de los últimos que fueron los primeros. Atemorizados a veces, pero ciertos en el cuento. Con agujas de hueso. Con cinceles de jade. Con lo que se encuentre. Porque acá ya no se busca, en el desencuentro se encuentra y desencuentra.
Bajo las pirámides está el sol. Bajo las calles empedradas el viento. En los tambores el océano. En nuestros cuerpos el barro. Con eso armamos los códices que numeramos y ocultamos a los bárbaros. Con aliento de pujagua anudamos y desanudamos el envoltorio para el Árbol de la Vida. Ellos con su Cuenta Larga en contra de la cuenta corta de los historiadores, con su esperanza en estos ocho paneles.
Con maíz, mezcal y copal chasqueamos el hambre. Alimentamos el sueño. Porque quienes mueren nos habitan para siempre. De ellos renacemos. De los ciclos. Los torrentes. Las alabanzas e invocaciones. Con ocarinas y atabales. Con el metal bruñido en la danza de entonces.
Cierto: el Toro es enorme y parece invencible. Pero siempre lo derrotamos. Los demonios están con nosotros. Los verdaderos, no los que aparecen cual ángeles o arcángeles. Los de la selva, los cenotes y la siembra. Los venidos en los barcos negreros más allá del mar, o más acá, los de los montes nevados. Los que meditan en el techo del mundo. Su fuerza acompaña nuestra lucha cuerpo a cuerpo, sombra a sombra, fuego a fuego. ¡Arrebatados!
Y entonces llega la noche del incendio. ¡Y venceremos! La rotación del tiempo será el sueño. Las palabras múltiples universos en incontables lenguas y dialectos. Un batá de luz oscurecerá la tierra para La Nacencia.
Y cada temporada, cada ser, toda Nada, será el atardecer de la amanecida, el reverdecer de los desiertos, la orilla del mañana que era el ayer. La semilla. Todos los tiempos en un tiempo de todos para todos en el CERO primigenio, el UNO primordial.