Logo

La misoginia lingüística:

una tradición cultural

Paulina A. García González

El lenguaje popular refleja hasta qué punto
nos defendemos del exterior: el ideal de la
“hombría” consiste en no “rajarse” nunca
Octavio Paz

El recelo de nuestras relaciones evidencia la desconfianza en nosotros mismos y en el otro, según nos dice Octavio Paz en “Máscaras mexicanas” de El laberinto de la soledad. Pero, ¿será esta premisa diferente en pleno siglo XXI? ¿Habrá cambiado la manera de ver a la mujer en la actualidad? ¿Se trata de la misma forma al homosexual?

Como mexicanos, hemos crecido en una sociedad patriarcal, bajo el legado del poderío del macho, con tintes gruesos de misoginia desde hace cientos de años y, en ocasiones, no nos damos cuenta. En el lenguaje del día a día, cotidiano, ese que le enseñamos a los niños a la par que contar hasta diez, transmitimos frases tales como “llorar como vieja”, “eso es nomás de hombres” o “las mujeres como las escopetas, cargadas y en un rincón”, mismas que forman parte del pensamiento que hemos heredado a través de generaciones.

Pero, ¿en qué punto de la vida comenzamos a darnos cuenta de que estas frases hechas solo fomentan el predominio de la desigualdad y la violencia? En mi caso, lo descubrí cuando comencé con el estudio de las letras, el análisis de textos y el análisis del discurso empleado por quienes componemos el lenguaje, es decir: todos.

Es al analizar las frases que se dicen a título personal, en la familia o en cada círculo social como conocemos la ideología individual, misma que parte de conceptos de cultura y tradición. Sin embargo, dichos conceptos en ocasiones dañan tejidos tan finos y sensibles que a simple vista no se ven, pero están presentes.

Otra de las frases que forma parte del imaginario mexicano y que se emplea para indicar que alguien trabaja mucho es “trabajar como negro”. Estas palabras quizá las hemos escuchado incluso en presencia de afroamericanos o con las características de una persona de color. Pero todos somos de color, ¿no? Pero en este caso, obvio, posee un tinte racista.

Además, expresiones como “puto”, “maricón” o “pareces vieja”, dicen mucho más que una ofensa. Nos hablan de la manera misógina en el pensamiento; frases dichas incluso por mujeres. Habremos de repensar qué sucede con el lenguaje que se utiliza para agredir, más que como parte de un acto comunicativo.

Todos pedimos respeto, marchamos por la igualdad y la justicia, por los derechos universales (amor y paz), ¿pero no resulta contradictorio que a través del lenguaje, de las interacciones, no cambiamos esa forma de pensar tan arraigada que fomenta la violencia en contra de la cual luchamos?

Es preciso cambiar el pensamiento, pero no basta con pensar de una forma y actuar de otra; consideremos la siguiente frase de Jesucristo: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo, porque de la abundancia del corazón habla la boca” (subrayado mío; Lucas 6:45, versión Reina-Valera) y ser coherentes, congruentes con lo que decimos y con lo que pensamos. Basta de utilizar y fomentar en los niños frases ofensivas que agredan a personas que quizá no piensan como nosotros porque no son nosotros, son el otro, tal como lo dice la filosofía que nos habla de la otredad.

¿Nos hace falta leer teatro para sentir las desgracias de los demás y ser más humanos? ¿O nos hacen falta clases de lingüística para poder distinguir la raíz de las palabras? ¿Arte? ¿Leer quizá? Sí, yo creo que todas las anteriores. Pero más que eso, nos hace falta saber que nosotros somos uno también con aquel que no soy yo, sino el próximo a mí, el prójimo; el otro.


Jumb33

Discos como nubes

Ramón Valle Muñoz


Jumb34

¿Virgen o demonio?

Julio Alberto Valtierra